Amores de mi vida, esto es sólo el inicio de una de mis obras la cual amo mucho y espero que la consientan y apoyen.
La Literatura sigue siendo literatura sin importar de que se trate, claro tratando los temas de la mejor forma.
Todo
ocurrió muy rápido, tan rápido que no le presté atención, o simplemente no
quería adentrar en el tema o tenía miedo de saber qué pasaría si todo el mundo
supiera quien soy realmente. En fin, desde pequeño no me sentía «normal» no
encajaba con los chicos, sólo tenía amigas. La pubertad dio inicio a que los
demás chicos se hicieran más varoniles, fornidos, todos unos hombres de pelo en
pecho. Sin embargo, yo sólo tenía granos y continuaba viendo a las chicas como
unas amigas, sin ningún pensamiento morboso causado por las hormonas; las
cuales estallan y explotan queriendo hacerte saber lo placentero que puede ser,
por mínimo que sea besar a una chica, tanto así que creaba incomodas erecciones
en mis amigos. En mí no causaba ningún efecto. Disimulaba cualquier inclinación
a ambos sexos, pensaba que no era el momento de estar con alguien, me
preocupaba por cosas como estudiar o estar relajado en una playa disfrutando
del sol.
En
la adolescencia media, cuando ya tenía yo quince años, conocí a Harper, quien
me aventó y me abrió los ojos, y me hizo saber quién era exactamente y que eso
no importaba, y mucho menos llevar un letrero en la frente que diga: SOY GAY.
No, ella me hizo saber que eso está bien, hizo que disfrutara de mi sexualidad,
porque no lo decidí, porque nadie lo decide, porque con ello se nace y con ello
se muere, y debemos estar orgullosos de serlo; debe ser una razón más para
vivir, pero primero que nada debe ser «normal» porque son tus gustos, tus
preferencias, tu vida, y para algo la tienes, para vivirla y no encerrado en un
armario donde no puedes ser quien eres, o donde debes fingir delante de tus
familiares y amigos para poder estar bien con ellos. Yo nunca fingí ser un
chico heterosexual, y ahora tampoco estoy fingiendo ser gay, sólo estoy siendo
yo, otro chico más.
Harper
antes de vivir en mi ciudad, vivía en una ciudad mucho más grande, con mucho
más gente, y donde a nadie le importa cómo vistes, con quien sales o con quien
te besas. Siempre he querido vivir en ese tipo de lugares, donde se puede ser
realmente libre, sin tabúes, sin prejuicios. Pero por algo nací en un lugar más
pequeño, donde aprendí que por ser gay no es obligación comportarse de manera
extravagante o lanzando miradas lascivas a los hombres, esperando un puñetazo
de cualquier hetero, y en cuanto a la forma de ser extravagante, en realidad no
tengo ningún problema con eso, sólo que siempre estará una sociedad que nos
discrimine por ser tú mismo.
El
año pasado fui a mi primera marcha gay, la primera marcha gay de la ciudad.
Todos celebraban, señoras de edad salieron a las calles con la bandera del
arcoíris demostrando sus apoyos. ¡Qué tiempos aquellos! Donde yo evite siempre
descubrirme por miedo a una sociedad retrograda, pero los años van pasando y
todo va cambiando a su paso.
Harper
me abrazó fuerte y alzó la bandera llena de alegría y colores, no pude
contenerme y la última lágrima reprimida de mis adolescencia se escapa, para
dar cabida a una nueva vida; una vida colorida.
—¿Recuerdas
todavía cómo mirabas a ese chico en el bar? —preguntó Harper.
Asentí
limpiándome la lágrima.
—Yo
te observaba, deseando que ese chico viera que puede hallar amor con otra
persona sin importar el sexo o el género, pero primero quería que aprendieras
amarte a ti mismo —susurró cerca de mi oído. La algarabía de la comunidad
orgullosa era sorprendente y a la vez ensordecedora.
—Y
lo hago, eso es lo que realmente importa.
Antes
de salir esa tarde a la marcha, tuve la conversación que ningún chico con
iguales preferencias sexuales a las mías quisiera tener: confesarle a sus
padres —en mi caso a mi madre— que sus gustos son diferentes. Ocurrió a la hora
del mediodía, después del almuerzo, mi madre terminó de tomarse el resto de
agua que quedaba en su vaso y suspiró quedando satisfecha.
—Mamá,
hay algo que tengo que decirte —susurré, la voz estaba a punto de quebrarse.
—¿Qué
paso, Eric? ¿Otra vez Edward?
—No,
mamá, ya mi hermano no me molesta… —Hice una pausa, y sostuve la voz— Mamá, soy
gay, me gustan los chicos.
—Hijo,
no hay nada porque preocuparse, siempre lo he sabido y no era necesario que me
lo confesaras, eres una persona que puede amar a cualquier otra.
Me
cubrió con sus brazos y besó mi frente, no era el beso que acostumbraba a
darme, se sentía diferente, se sentía acogedor y protector. Después de esa
charla salí con la cabeza en alto, orgulloso de mí mismo.
Pasado
un año tuve varias ilusiones con chicos que nunca llegaron a pasar, pero yo era
feliz con el simple hecho de imaginar cómo serían nuestras vidas juntas. Hasta
que un día dejé de pensar y esperar a que pasaran esas cosas, quería ir por
ellas, saber cómo se siente llamar a un chico novio o presentarlo a tus amigos
como tu novio, sin importar nada, pero no he podido lograrlo, prefieren algo a
escondidas o sólo un sexo ocasional.
Y
empecé a perder las esperanzas, y comencé a estar conforme conmigo mismo, a
saber que no necesitaba a nadie para ser feliz, que podían existir amigos que
no llenaban ese espacio que uno guarda para alguien, pero si se preocupan y te
quieren como no puedes imaginarlo.
En
todo ese camino de mi corta edad, recobre las esperanzas y guarde ese espacio
en mi corazón para alguien especial que se lo merezca y sepa cuidar de él,
porque cuando esa persona me encuentre la amaré sin miedos y con toda la
intensidad del mundo.
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