sábado, 11 de febrero de 2017

Capítulo 3 de Sombras Azules

—¡CEDRIC! —Di un sobresalto y desperté a Harper. Ella me miró y siguió durmiendo. Sus ojos azules rondaban en mi mente una vez más, su ondulado cabello negro, su piel blanca y su poca poblada barba. ¡Oh, Cedric! Suspiraba mientras lo recordaba. ¿Por qué no pude quedarme un momento más contigo? Mi chaqueta aun olía a cerveza y lo mejor, olía a él. No era su perfume, era él. Pero en mi boca aún estaba presente el sabor de los labios de Leo, no quería recordar ese momento. Yo, besándome, con Leo, el primate, ¿En qué pensaba? Maldita sea. Tenía que besarme era con Cedric. Todo es culpa de Leo.
Harper dormía a todas anchas con la boca abierta, desprendía un hedor; Vodka ligado con cigarrillos. ¡PUAJ!. Roncaba fortísimo, pensaba que sus pulmones estallarían.
—Harper... —dije aun con sueño, tocando su hombro.
—Eh... duerme —respondió dormida.
—Harper, levántate.
—¿Qué hora es? —preguntó tratando de levantarse.
—11:43 AM
—¡NO ME JODAS! —exclamó con alboroto.
—Pues sí. Ven, tengo sed.
Fuimos a la cocina. Ella abrió la heladera y me sirvió un vaso de agua. Seguido ella fue a preparar la cafetera mientras encendía un cigarrillo. El olor a café con cigarro empezó a aromatizar la cocina, me sentí como en casa. Harper sirvió en dos tazas de porcelana blanca café y le agregó leche.
—¿Y qué pasó anoche?
—Muchas cosas, Harper. Muchas, una de ellas fue que... Leo me besó.
Harper quedó petrificada. Dejó caer su taza de café con leche en la encimera. Sólo me veía con sus grandes ojos color miel, llevó su cigarrillo a la boca, tomó una gran bocanada de humo y dejó expulsar por los labios y, también por la nariz. Me miraba buscando respuestas. Sus ojos perdidos me lo decían todo.
—No sé cómo ocurrió, pero me besó, obviamente no me avisó, de menos no le hubiese avisado para pegarle un puñetazo. Pero lo peor fue que yo le correspondí, creo que era porque estaba borracho.
—¡ERIC! —gritó —. Con los primates no, no te lo permito.
—Mi querida Harper, no puedes decirme nada al respecto, tú no estabas ahí para mí, pero yo si estuve cuando Patrick trató de sobrepasarse contigo, y tú sí que le correspondías a sus besos.
—¡Asco! —dijo frunciendo sus labios.
Empezamos a reír a carcajadas.
—Con sólo pensarlo, me dan nauseas, ¿secreto incontable? —dijo tendiéndome su dedo meñique.
—Creo que deberíamos hacer un pacto de sangre —bromee.
Harper ingresó al cuarto de baño. Yo escuchaba música en MTV a todo volumen y cantaba a todo pulmón, pero podía escuchar la regadera. Yo no tenía ropa. No podía bañarme, sólo me quite la chaqueta bañada en cerveza y me quede con la camiseta negra.
Emergió, cambiada de ropa y con otra aura. Era la Harper que solía ver más a menudo. Llevaba un jean oscuro ajustado, una camiseta holgada blanca que le hacía ver su abdomen, unas converses negras, su cabello suelto, libre como ella. Y, un labial con un tono oscuro que ahorita no recuerdo su nombre, pero ella en algún momento me nombro.
—Vamos, papá ha dejado el Corvette en el garaje.
—Oh, genial, no sabes lo que me encanta salir en ese auto.
El coche era de un color azul rey que me enloquecía. Harper sabía lo mucho que me gustaba y en cuanto su padre lo dejaba ella iba a buscarme; vagábamos en la ciudad, la acompañaba a comprar cigarrillos o comida. Ella pidió que le incrustaran un cenicero para no tener que dejar cenizas esparcidas en el auto, sino su padre la mataba. Era completamente adorable ese coche.
Harper encendió otro cigarro antes de conducir, no me molestaba que ella lo hiciera. Que fumara siempre delante de mí, más bien me agradaba el olor. Nunca he fumado, nada. Quizá lo haga alguna vez, sólo para saber que se siente.
—¿Qué más pasó anoche? ¿Y qué tiene tu chaqueta? —preguntaba mientras conducía.
Lo había olvidado por completo.
—Un chico derramó su cerveza en mi chaqueta...
—¿Quién ha sido el imbécil?
—Su nombre es Cedric y, me ha dado una cerveza para disculparse.
—Qué acto tan patético —Listo, volvió a ser Harper.
—Harper, por favor, es lindo —protesté defendiéndolo.
—Bueno, al menos te ha dado una cerveza y no un beso como el otro infeliz.
Me quede callado. Pensando que, hubiese sido mejor que él me diera el beso y no el estúpido de Leo. Miré al vacío a través de la ventanilla, ahogando mis palabras, Harper sigue fumando.
BEEP
Notificación de Facebook.
Nueva Solicitud de Amistad.
Cedric Breeze.
¿Aceptar o Declinar?
Reviso primero su perfil. Y sí, es él mismo. Los mismos ojos azul claro, que tanto me gustan y me hacen saltar hasta exaltarme en mi interior. Acepté de una vez la solicitud del pelinegro. Abrí la mensajería, pero me abstengo a escribirle. Apago la pantalla del móvil y lo dejo caer en mis piernas.
BEEP
Mensaje de Cedric Breeze.
—Hola, me disculpas por lo de anoche, le debo una chaqueta nueva.
Mis entrañas explotan de la conmoción, me las trago tratando de no gritar.
No quiero que Harper lo sepa, no quiero que nadie lo sepa. Las cosas son mejores así.
—Hola, tranquilo, me has pagado con una cerveza ¿recuerdas?
—Sí, lo recuerdo muy bien, ¿Qué tal si la termino de pagar con otras cervezas?
Está loco. No quiero beber por un largo tiempo, mi sistema inmunológico no me lo permitirá jamás.
—Créeme que, de verdad no quiero beber, lo siento.
—Está bien, un café no me lo negarás.
Un café, tal vez.
—Esta tarde en el malecón. En serio, lo quiero conocer.
—Okay, a las 5:00 PM, en el malecón.
—Feliz tarde, y está bien que no quiera seguir bebiendo después de lo ocurrido anoche. Cuídese de su amigo.
No quise responder a ese mensaje, me recosté del asiento, cerré los ojos y llegamos a casa. Ya era hora, quería dormir en mi cama. Dormir en una cama diferente no se siente igual que la tuya, no concilias tener un sueño perfecto.
Despedí a Harper con un beso en la mejilla, ella arrancó y se fue a donde nunca nadie la viese.
Mamá cocinaba. Fui directo a mi habitación, no tenía hambre sólo cansancio. Me recosté en la cama, Blue estaba a un lado, me arrimé a su calidez. Sentía como su ronroneo retumbaba en mis oídos, sentía paz; paz interior. Muy pocas veces tenía esa sensación. La disfrute.
3:53 PM
¡Oh, por Dios! Me había quedado dormido. Si no es por los rayos de sol, que se cuelan por la rendija de ventana sigo dormido junto a Blue. Él se cubría con sus patas ocultándose de la luz.
Abrí la regadera. El agua estaba tibia, odiaba el agua tibia, en ese momento necesitaba agua fría, como un témpano de hielo, que me desgarre estos estúpidos pensamientos de mi estúpida mente. Todo se revolvía, una y otra vez, no paraba. Finalmente el agua tibia cesó y seguido cayó el agua fría en mi cuerpo, mi cabeza empezó a liberarse, a soltar esos recuerdos.
Lo único que no pudo librarme la desgarradora ducha fue a Cedric. No podía dejar de pensar en él, no sabría cómo reaccionar delante de él, no quería estar nervioso, porque si estaba nervioso estaría también torpe y no quiero quedar como un estúpido, tratando sólo de conocer a alguien.
A quien quiero engañar, yo soy un estúpido, esa es mi naturaleza. Ser estúpido es mi lema, y lo llevo tatuado con letras negritas en mi frente.
Estalló una repentina lluvia, se escuchaban fuertes descargas eléctricas. Mis planes se habían arruinado. Mi vida era un completo desastre. Respire hondo, suspiré dejando escapar un suave silbido que me tranquilizó por completo. La paz volvió a mí.
Me quite la franelilla color mostaza que tanto me gustaba para colocarme un suéter gris. Mi único suéter. Estaba tejido, y era un tejido muy grueso que me protegía del frío, no hacía falta colocarme otro.
Cepillé mis dientes mientras me miraba en el espejo, estaba sucio pero no me importaba. Mi piel cambiaba a ser más blanca de lo normal y eso hace que resalten mis tres lunares: uno cerca del ojo izquierdo, otro a un costado de mi pequeña nariz y, el último en mi cuello.
El único momento en el que me miraba al espejo, era cuando cepillaba mis dientes. Odiaba ver mi reflejo. Mis ojos marrones oscuro, hubiese preferido tenerlos negros. Mi pequeña y flacucha nariz. Y, mis pálidos labios.
No comprendo cómo hay tanta gente vanidosa, que le gusta pararse y ver su reflejo, deben comprender que sólo verán su reflejo externo, ¿y el interno? Bueno, quizá este podrido, a tal punto de tener gusanos.
La lluvia no quería cesar y yo empecé a desesperarme.
Piensa, piensa, piensa...
Ya. El directorio telefónico, ahí debe haber el número de un taxista.
La pequeña agenda de mamá estaba en la cocina, junto con el recetario que nunca utiliza. Rebusque rápidamente. Empezaba a sudar, y nadie quiere llegar sudado a una cita.
Ya.
Lo encontré.
Marqué, y empiezan los repiques, seguido me manda a la contestadora.
Remarqué el número.
No aguantaba.
Buenas tardes, dígame.
Señor Carlos, necesito de su servicio.
—¿Dónde se encuentra, hombre? —Su voz era muy peculiar, tenía un acento vaquero.
Calle 8ª diagonal a la Avenida Western, Suburbio W.C.
—Ya estoy camino allá, no me demoro.
Okay, gracias.
Esperé impaciente en la sala. Escuché la bocina del taxi, y salí.
Nada, ni nadie me detiene.
Finalmente llegué al malecón. La cafetería Vincent era la única del boulevard; sus mesas y sillas blancas, con manteles beige, en las afueras era lo mejor. Pensé que no podía tomar el café en sus afueras a causa de la lluvia, pero han sacado grandes sombrillas de rayas rojas y blancas, que cubrían perfectamente el exterior de la tienda. Ya sólo quedaba una llovizna. Empezaba a aclararse el cielo gris, todo comenzaba a cobrar vida. El cielo se tornó de azul, y luego saltaron destellos naranjas. La puesta de sol eliminaba poco a poco el tono azulado del firmamento.
Pero, encontré otro azul, y era igual de hermoso que el cielo por la mañana.
Cedric levantó la vista del viejo libro que llevaba en sus manos, apoyadas a la mesa blanca. Pude divisar que leían sus finos labios. La Importancia de llamarse Ernesto, escrita por Oscar Wilde.
Me miró, seguido me regaló una sonrisa ladeada y volvió a clavar sus ojos azulados en la lectura.
Tomé asiento y coloqué mis manos y el móvil en la mesa.
Vacilé en un instante. No sabía qué decir.
—Hola... —dijo sólo eso. Me sorprendió, y me he quedado sin habla.
Hubo una breve pausa entre nosotros, sólo nos mirábamos.
— ¿Qué desea tomar? —preguntó el mesero, que se acercó a nuestra mesa.
—Supongo que un café ¿no? Mocaccino, por favor.
—Qué bueno que le guste esa extraña y deliciosa combinación entre café y chocolate. Yo pediré un cappuccino.
—Sólo tenemos mocaccino —dijo el mesero disculpándose.
Y, ahí estábamos, sentados, mirándonos, tomando mocaccino, aunque él quisiese cappuccino, pero la liga perfecta entre café y chocolate era delicioso, para mí y para él.
Sus fuertes manos tomaban con delicadeza la frágil taza de café con decoraciones doradas en el asa. Y tras un sorbo susurró.
—Entonces, ¿a qué te dedicas? —Hizo la estúpida pregunta de siempre. Por dentro empezaba a decepcionarme, pero qué tanto, responderé.
—Estudio psicología clínica, en el Weston College.
No intentaba sorprenderlo diciendo lo mucho que me gustaba mi carrera.
Y de igual forma, él no se sorprendió al escucharla.
Di un pequeño sorbo a mi café.
—Qué bueno, yo trabajo, ya estudié lo suficiente para estar con veinticuatro años, todavía estudiando.
—Nunca se es tarde para lo que en realidad se quiere —dije tratando de sonar filosófico.
—Eso... es totalmente falso y la vez verdadero. Sí, es algo contradictorio. ¿Qué pasa? que las personas se cansan; se cansan de hacer siempre lo mismo, leer los mismos libros, debatir los mismos temas. Llega un punto donde quieres variar. Lo haces. Luego que dejaste de hacer lo que pensabas que te gustaba, pero te terminó disgustando, consigues hacer algo que en realidad te gusta, hasta que ya no te gusta y vuelves a variar. Claro, se puede terminar una carrera universitaria y realizar otra, pero si no te gusta lo que estudias, simplemente varía, haz cambiar tu vida por algo que quizá no te termine gustando como pensabas o puede que si te guste.
—¿En ese caso, se podría estudiar o hacer algo que no te guste y a la final termine gustando? —expuse un punto de vista esperando a que él respondiera.
—Es válido, tan válido que podría ser lo que terminarás haciendo el resto de tu vida, pero lo más importante, te gusta.
—En estos momentos no estoy confundido con respecto a lo que me gusta o a lo que no me gusta, pero creo que si me gusta mi carrera, y me he propuesto terminarla.
—Pues termínela. Cumpla todas sus metas propuestas.
Sus cabellos se agitaban con el viento. Danzaban en su rostro y le hacían notar más sus grandes ojos azules.
Se acabó el café. Y al parecer la cita.
Ya era de noche.
Y la luna nos iluminó, y algo entre nosotros surgió.
Un beso.
O mejor varios.Puedes comprar el libro aquí.

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